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miércoles, 30 de junio de 2010

FIDELIDAD Y DEVOCION


Desde que tengo uso de la razón, se me ha inculcado el amor y la fidelidad a mis creencias, las cuales están fundamentadas en un solo Dios creador de todo lo sabido; ya en mi mayoría de edad y con plena facultad para decidir que camino tomar, he optado por refrendar mis votos de fidelidad a mi religión Católica.

Como es bien sabido, tenemos un ser superior y nos dice el primer mandamiento de la ley: Amar a Dios sobre todas las cosas. Así lo hacemos; a su derecha esta otro ser maravilloso y del cual soy fiel devoto, La Santísima Virgen María, ese ser maternal que nos inspira a muchos la caldees de nuestra madre terrenal pero con la gracia divina. Ella, quien fuera la escogida de Dios para que el verbo se hiciera hombre, como no vamos a venerar esa majestuosa belleza, la humildad de una sierva que nos da el mayor ejemplo del amor que una madre le tiene a su hijo; Ella, a quien podemos elevar nuestras plegarias para que interceda por nuestras necesidades ante el Señor, y aunque el nos escuche, no es demás una ayudita del ser al que nuestro Dios no le negara nada.

Nuestro Dios es un Dios de amor, bondad y demás sinónimos, no es un Dios egoísta, se que no se molestara si junto a nuestros corazones le damos un espacio a su Santísima Madre.

En los más antiguos símbolos bautismales que se han encontrado, se halla esta frase “Jesucristo, hijo de la Virgen María”.

Lo que en primer lugar impresiona al leer los escritos cristianos más antiguos es la afirmación constante de que María es la Madre de Dios y siempre será Virgen.

“Tú eres la morada o sagrario de la gracia del Espíritu Santo. Sobrepasas aún a los seres angélicos en pureza y santidad. Héme aquí que yo, manchado en mi alma y en mi cuerpo por los vicios de mi vida impura y llenos de pecado, me postro ante Tí. Purifica mi espíritu de sus pasiones, santifica y dirige mis pensamientos errantes y ciegos. Dirige y domina mis sentidos; líbrame de la detestable e infame tiranía de las inclinaciones y pasiones impuras, que Tú anules en mí el poderío del pecado, y concedas la sabiduría y la prudencia a mi espíritu en tinieblas, para que me corrija de mis faltas y de mis caídas, y así, libre de las tinieblas del pecado, sea digno de glorificarte,

decantarte libremente a Tí que eres la verdadera Madre de quien es la luz de este mundo, Cristo, Dios nuestro, pues con El y por El, Tú serás bendecida y glorificada por las criaturas visibles e invisibles ahora y por siempre”.

Entonces tengamos siempre presente que Ella dió al mundo su hijo, pero permaneció siempre Virgen. Alimentó al que alimenta las naciones, y sostuvo en su regazo al que sostiene al universo. Tiene Ella pues dos grandes cualidades: Es Virgen y es Madre.

Todos en algún momento de la vida hemos invocado de alguna u otra manera la ayuda intercesora de la Virgen, también nos ha servido como inspiración para escribir nuestros mas grandes sentimientos hacia ella.

Uno de los primeros poetas marianos fue San Efren muerto en el año 373 D.C, el supo descubrir la acción tan benéfica que ejerce la madre de Cristo en nosotros sus devotos. Este altísimo poeta siempre lo describió bellas experiencias y versos como salidos del alma.

Un sacerdote amigo mío, oriundo de una remota población Cundinamarquez llamada Tausa, el, Eduardo Suarez Poveda, recién ordenado sacerdote se le diagnostico leucemia aguda, lleno de la gracia de Dios y aferrado a su plena convicción de que había nacido para servirle al Señor puso su enfermedad a sus pies, y en el corazón de María deposito la fe que lo llevaría a la cura; he retomado un fragmento de su libro “En las manos de Dios y en el corazón de María”, para demostrar un testimonio más de lo que puede hacer el amor de una madre.

María, la que comenzó a resplandecer como una verdadera Estrella de la mañana, en noche de advierto, Ella, en la noche de mi enfermedad, me guía para vivir esta experiencia personal.

Levanto mis ojos como enfermo a María que resplandece como modelo de virtudes, porque Ella es la madre de Jesús quién dijo a Simeón: “!Y a ti misma una espada te atravesará el alma!”(LC.2,35).

Ella no deja de ser la estrella de mar para todos los enfermos que con su fe asumen su dolor.

María llega siempre con prontitud a todos los enfermos para visitarlos, va corriendo a la colina de Ain-Karin, por las montañas para visitar a su pariente Isabel con el saludo de gozo, con la presencia del Espíritu Santo, y con la buena nueva: “Ninguna cosa es imposible para Dios” (LC.1,36-37). Ojalá nosotros también aprendamos a ejemplo de María, llevar amor y esperanza a quién vive en la enfermedad, la tristeza, la desilusión, la desesperación y la muerte. Mayor aún confiar en la sabiduría de Dios: “Como la arcilla del alfarero esta en su mano, -y todos sus caminos en su voluntad-así los hombres en la mano de su Hacedor” (Ecle. 33,13).

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